Los síntomas eran evidentes pero
los gobiernos de Uribe y de Santos optaron por no verlos. Las medidas que se
están tomando ahora para recuperar el aparato productivo no son adecuadas, y
además son inequitativas.
Jorge
Iván González*
Con los
ojos cerrados
El
gobierno no quiso ver los síntomas de la enfermedad holandesa que sufrió la
economía colombiana durante los últimos diez años. Y en lugar de enfrentar el
mal, optó por desconocerlo.
La expresión “enfermedad holandesa” alude a las dificultades
que padeció aquel país a finales de la década de 1950, cuando los excedentes
derivados de sus abundantes hallazgos de gas no fueron una bendición sino una
desgracia. Durante la década siguiente los economistas empezaron
a utilizar esta expresión para referirse a tres síntomas que suelen acompañar
las bonanzas derivadas de los recursos naturales:
1.
Revaluación de la moneda nacional,
2.
Aumento pronunciado de las importaciones, y
3.
Pérdida de la actividad industrial.
A pesar de la claridad del diagnóstico, el gobierno
se negó a aceptar que el país sufría la enfermedad.
Estos
tres síntomas se presentaron sin duda alguna en Colombia, pero a pesar de la
claridad del diagnóstico, el gobierno se negó a aceptar que el país sufría la
enfermedad.
Las
cuentas
La
enfermedad holandesa se refleja ante todo en la llamada “cuenta corriente de la
balanza de pagos”, donde básicamente se comparan las exportaciones y las
importaciones de bienes y servicios de cada país. Según cifras del Banco de la
República, los siguientes son los saldos de esta cuenta durante los últimos
años en Colombia (millones de dólares):
Es pues
claro que Colombia viene mostrando un déficit creciente desde el año 2001 y que
en 2015 el déficit habría ascendido a 14,4 mil millones de dólares, lo que
equivale al 6 por ciento del PIB (este dato es una estimación porque aún no se
conocen los saldos definitivos).
Aquí debe
notarse que - aunque elevado- el déficit de 2015 fue menor que el de 2014
porque durante el año pasado comenzó el proceso de devaluación, que ha logrado
frenar un poco el crecimiento de las importaciones.
Por su
parte las cifras definitivas de 2014 permiten una mirada de conjunto sobre los
tres grandes saldos de la economía. En el sistema de cuentas de un país, los
faltantes o excedentes de los sectores público y privado tienen que compensar
con los saldos del sector externo, o sea que automáticamente se cumple esta
ecuación:
Saldo en cuenta corriente de la
balanza de pagos= balance público + balance privado
Para el
2014, los valores de esta ecuación en Colombia, expresados como porcentaje del
PIB, fueron como sigue:
Estas
cifras indican que tanto el gobierno como los particulares presentaron una
situación deficitaria, es decir que la economía doméstica de hecho fue muy
débil y que las necesidades de financiación de ambos sectores tuvieron que ser
cubiertas con recursos del exterior.
Perdimos
competitividad
El primer síntoma de la enfermedad holandesa es la
revaluación de la moneda nacional, pues el boom de los
recursos naturales se traduce en la abundancia de divisas. Pues bien: si el
dólar es barato las importaciones aumentan, y el aumento de las importaciones
tiende a destruir la capacidad de producción agropecuaria e industrial del país
respectivo.
Colombia no aprovechó la bonanza para elevar la
productividad del sector agropecuario.
Eso fue
lo que ocurrió en Colombia con la revaluación del peso a lo largo de casi una
década, y tanto así que ahora estamos importando casi 11 millones de toneladas
de alimentos básicos al año.
Peor
todavía, la devaluación de los últimos meses no ha logrado cambiar esta
tendencia de manera sustantiva. Colombia no aprovechó la bonanza para elevar la
productividad del sector agropecuario. Por eso, aun con una fuerte devaluación,
las importaciones siguen siendo elevadas, así su precio en pesos haya aumentado
de manera notable: el precio de los alimentos importados aumentó 10,85 por
ciento durante 2015.
De esta
manera la inflación de los alimentos superó la inflación general, que fue de
6,77 por ciento. Y el mayor precio de los alimentos perjudica sobre todo a las
familias pobres, pues su capacidad adquisitiva se ha deteriorado mucho.
La
devaluación como oportunidad
Cuando el
déficit externo llega a ser insostenible, la economía del país se ajusta de
manera inevitable al través del mecanismo de la devaluación, lo cual tarde o
temprano obliga a recortar las importaciones y/o a aumentar las exportaciones.
Pero hasta ahora Colombia no ha podido aprovechar esas ventajas de la
devaluación.
En el
2016 debemos por lo tanto comenzar a consolidar el mercado interno y a hacer
esfuerzos significativos para recomponer el aparato productivo. La caída en las
importaciones es una oportunidad evidente para estimular el consumo de
productos elaborados dentro del país. Y en esta perspectiva, los estímulos a la
pequeña y la mediana industria deberían jugar un papel fundamental en este año.
La
agricultura colombiana perdió productividad y además tiene que competir con
productores que reciben subsidios en los países desarrollados. En la reunión de
la Organización Mundial del Comercio (OMC) que tuvo lugar el pasado diciembre,
los gobiernos se comprometieron a eliminar los subsidios a sus productores. Sin
embargo, hay escepticismo porque otras veces los países desarrollados no han
cumplido esta misma promesa.
El mal
ajuste fiscal
Como ya
se anotó, el déficit del sector público en 2014 equivalió al 1,4 por ciento del
PIB. El gobierno ha dicho que solucionará este desequilibrio por dos vías:
reducción del gasto y aumento de los impuestos, pero esta política fiscal está
siendo diseñada de manera que afecta más a los pobres que a los ricos.
Por el
lado del gasto, el ministro de Hacienda insiste en la llamada “austeridad
inteligente”; y por el lado de los ingresos, ha dicho que aceptará las
recomendaciones de la misión de expertos tributarios. Pero ambas estas
alternativas están equivocadas porque no favorecen la recuperación de la
actividad económica y porque acentúan la inequidad.
No es
conveniente recortar el gasto público en una coyuntura recesiva. La inversión
en obras públicas ha sido uno de los principales determinantes del crecimiento
del PIB, y este sería el momento menos indicado para recortarla.
La política de austeridad no permite tampoco
realizar las inversiones que requiere el sector agropecuario, y que en la mesa
de La Habana se han considerado prioritarias. El estudio de la Misión Rural, Saldar la deuda histórica con el campo,
confirma la necesidad de estas grandes inversiones. El informe propone
dejar de lado los subsidios a los productores y, en vez de eso aumentar la
oferta de servicios (vías, crédito, educación, salud, asistencia técnica, etc.)
– lo cual implica que para elevar la productividad del campo es preciso
aumentar el gasto público.
Por su
parte las recomendaciones de la misión de expertos tributarios apuntan hacia un
sistema fiscal aún más regresivo. Su principal propuesta, el aumento del
IVA, castiga proporcionalmente más a las personas de bajos ingresos. Los
expertos no han hecho referencia alguna a los impuestos sobre la renta que sean
progresivos vale decir, a que la tarifa vaya subiendo con el nivel de ingreso.
El camino para reducir el déficit del sector
público no sería la austeridad, sino los impuestos progresivos.
En
resumen – y en contravía del plan del gobierno- el camino para reducir el
déficit del sector público no sería la austeridad, sino los impuestos
progresivos.
Prosperidad
al debe
El
desbalance del sector privado es más agudo que el del sector público: como
también se anotó arriba, su déficit en 2014 ascendió al 3,8 por ciento del PIB.
El
endeudamiento de las empresas privadas aumentó de manera continua desde 2009.
Una parte importante de los créditos proviene de la banca internacional. En
tiempos de revaluación del peso colombiano, la deuda externa era una opción
atractiva, más todavía cuando las tasas de interés externas (4 a 5 por
ciento año) eran mucho menores que las nacionales (12 a14 por ciento).
Pero el
panorama cambió drásticamente con la devaluación: como estos préstamos se
contratan en dólares, su valor en pesos se ha multiplicado y los costos
financieros para las empresas son hoy mucho mayores.
Además,
las empresas privadas se están dando cuenta de que la devaluación no es
suficiente para devolverles la competitividad. Las exportaciones no aumentan
porque la enfermedad holandesa le hizo tal daño al aparato productivo que los
empresarios todavía no logran recuperarse.
En
conclusión
Los
desbalances de los sectores público y privado han puesto en evidencia la
fragilidad estructural de la economía colombiana. La devaluación del peso no ha
sido suficiente para cerrar el déficit en la cuenta corriente de la balanza de
pagos.
Es claro
que Colombia está sufriendo las consecuencias de la enfermedad holandesa. No se
aprovecharon los excedentes de las bonanzas, y las medidas que se están tomando
para tratar de corregir los males no son adecuadas porque acentúan la recesión
y son inequitativas.