REVISTA SEMANA. | 10/26/2019 2:30:00 AM
Arde América Latina
El continente se debate entre las llamas de una
sociedad desencantada. ¿Cómo se explica esa convulsión social? ¿Qué tanto están
Cuba y Venezuela detrás de esto?
Muchos explican esta explosión social
por las ambiciones expansionistas de Cuba y Venezuela. Esa petición es
taquillera, pero simplista. En Colombia, sí hay un intento de Maduro de hacer
daño. Al fin y al cabo hay una guerra fría política entre los dos gobiernos y
no hay relaciones diplomáticas. A esto se suma que hay dos mil kilómetros de
frontera y que la guerrilla colombiana está protegida por ese régimen. Asi las
cosas, las intenciones de Maduro frente a Colombia sí son reales.
Pero en el resto del continente las condiciones son
completamente diferentes. Puede que en Chile o en Ecuador aparezcan cuatro o
cinco venezolanos tirando piedra, pero teniendo en cuenta que hay 4 millones de
migrantes venezolanos por todo América
Latina, sería raro que no lo hicieran.
En realidad, tanto el régimen
de Maduro como el cubano, más que ambiciones expansionistas, tienen
problemas de supervivencia. Antes de exportar el socialismo a otros países
tienen que pensar con prioridad en cómo alimentar a su población. Por
otra parte, al Gobierno cubano lo obsesiona que Estados
Unidos le levante el bloqueo, y cualquier aventura extranjera
subversiva eliminaría esa posibilidad.
Por lo anterior, la teoría de la conspiración
internacional resulta simplista. Los latinoamericanos se movilizan masivamente
por razones diversas que tienen, sin embargo, mucho que ver con un fenómeno que
ha atravesado el mundo en los últimos meses.
Generalmente la chispa es un asunto puntual que
parece menor. Pero detrás de esto hay razones de fondo que vienen
cocinándose sin que los gobiernos tengan necesariamente conciencia: la
corrupción, la enorme desigualdad, y sobre todo la percepción de que las instituciones
democráticas solo protegen los intereses de los más ricos. Todo ello
sazonado con un factor adicional: los nuevos miembros de la clase media, que
lograron dejar la pobreza en los
recientes años de bonanza de las exportaciones tradicionales, perciben que esas
instituciones los podrían dejar de nuevo en la calle. ¿Qué está pasando en
América Latina?
En Chile rebosó la copa la subida de
30 pesos en el precio del pasaje del metro. En respuesta, ciudadanos,
especialmente jóvenes, boicotearon la medida e impulsaron “evasiones masivas”
para no pagar. La situación desbordó al presidente Sebastián
Piñera, quien respondió con torpeza. Su estrategia de emplear la represión
policial caldeó aún más los ánimos. Y, aunque el presidente anunció la
suspensión del incremento del precio del metro, la gente entró en un estado de
rabia que se tradujo en vandalismo. Así, la escalada llegó al punto de que
Piñera decretó el estado de emergencia, y el fantasma de la dictadura
reapareció cuando los militares se tomaron las calles. (Ver:
¿Qué pasó en Chile?)
En Bolivia, las sospechas de fraude
en la tercera
reelección de Evo Morales desataron la ira
colectiva. El domingo, las autoridades interrumpieron el conteo de votos sin
explicación alguna. El lunes lo reanudaron, e inexplicablemente Morales obtuvo
el 46,87 por ciento de los votos, mientras su rival Carlos Mesa se quedó
en 36,73 por ciento. A ello se suma el agravante de que en un referéndum los
bolivianos votaron en contra de la reelección presidencial ilimitada.
En Ecuador, el presidente Lenín Moreno se
vio obligado a retractarse de eliminar los subsidios en los precios del
combustible, una medida exigida por el Fondo Monetario
Internacional que se traducía en un aumento en el precio de la gasolina del 123
por ciento. Debido al estallido social que durante 12 días tuvo al
Gobierno sumido en la incertidumbre y gobernando desde Guayaquil, Ecuador pagó
un precio muy alto: al menos 5 muertos, más de mil heridos, el estado de
excepción, y por consiguiente, las calles militarizadas.
La crisis económica en Argentina, y
la noción de que Macri ha sido incapaz de manejarla, prácticamente le
aseguraron el regreso al kirchnerismo.
El domingo pasado miles de personas
salieron a las calles de Haití para pedir, una vez más, la renuncia de su
presidente, Jovenel Moïse. Tras meses de
protesta, que han dejado más de 20 muertos, Haití permanece paralizado. El país
más pobre de América enfrenta una crisis humanitaria y constitucional sin
precedentes. Desde 1990, ha tenido más de 14 presidentes.
En Brasil, el Gobierno
del presidente ultraderechista Jair Bolsonaro impulsó en
junio una reforma pensional que generó la furia de los ciudadanos que salieron
masivamente a las calles. Luego, vino la serie de incendios masivos en
la Amazonia y los
derrames de petróleo en las costas que el gobierno no ha podido explicar. La
complicidad de las políticas del presidente ayudó aún más a encender el
malestar.
El presidente de Brasil es famoso por
su diatriba mediambiental. La ira de los ciudadanos se hizo evidente con el
cántico “¡Quemen a Bolsonaro y no a la Amazonia!”.
¿Puede el caso chileno, como han predicho varios
expertos, desatar un efecto dominó en el resto del subcontinente? Si estalló en
llamas el país latinoamericano con el índice de crecimiento más alto, que sacó
de la pobreza a 4 millones de personas de 2002 a 2014, ¿qué esperar? Según el
último informe del FMI, la región tendrá el crecimiento económico más bajo del
mundo este año.
Para Michael Reed, autor de “El continente
olvidado: La batalla por el alma de América Latina”, hay tres factores
catalizadores: los temores de una clase media emergente, la rabia ante
la corrupción, y algo novedoso: el factor ejemplo de los movimientos semejantes
que atraviesan el mundo, desde París y Barcelona hasta Beirut
y Hong
Kong. Además, tras años de buenos precios para las exportaciones
latinoamericanas, van ya seis de estancamiento, acompañados del deterioro de
los indicadores económicos y sociales. Como dice Reid, “las desigualdades
eran más tolerables cuando había esperanzas al futuro. Ahora la gente que
progresó teme perder lo ganado, y que sus hijos no vivan mejor que
ellos”.
No es una crisis de la izquierda ni
de la derecha. En el fondo encierra una gran decepción por las instituciones de
la democracia, a las que la gente ve como incapaces, venales y capturadas por
los intereses de los más poderosos. Por eso no perdona las recesiones,
el abuso del poder, y la indiferencia de gobiernos que, como el de Piñera,
parecían absolutamente sorprendidos por una situación que nunca imaginaron.
Hasta tal punto los agarró por sorpresa, que tanto
Piñera como Moreno atribuyeron los desórdenes a una conspiración
castrochavista. Una teoría prontamente desechada por los expertos.
Los analistas señalan que los desórdenes en América
Latina y en el mundo corresponden en buena parte a factores locales. Pero
aclaran que todos comparten factores como la distancia entre los intereses
ciudadanos, y las decisiones del poder, hoy percibidas como más preocupadas por
los índices macroeconómicos que por el bienestar de la población. Todo
ello, unido a factores convergentes, como la desaceleración de la economía
mundial, la creciente brecha entre ricos y pobres, y las generaciones jóvenes
con ambiciones frustradas. Así, cualquier causa aparentemente menor puede
derivar en una catástrofe.
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